Hace tiempo que disfruto perdiéndome por carreteras comarcales por las que apenas circula nadie y que ofrecen quietud y panorámicas extraordinarias.
Las autopistas y autovías son cómodas y rápidas pero la velocidad impide fijarse en los detalles y hay que estar siempre pendiente de la circulación y de los adelantamientos.
Como hace varios años que trabajo en pueblos, he encontrado muy placentero descubrir estas vías de comunicación olvidadas y poco frecuentadas, en las que uno se puede parar en el arcén, hacer fotos, y contemplar el paisaje con la boca abierta, sin que nadie nos pite ni nos meta prisa.
He descubierto lugares magníficos y pueblos recónditos donde la gente vive tranquila y en paz. He visto vacas en prados, pastando a metro y medio de mi coche, y he tenido que frenar para dejar paso a rebaños de ovejas, totalmente ajenos al cuentakilómetros.
En una ocasión, la calzada por la que conducía se vio invadida por varios caballos salvajes que galoparon a mi lado, y en otra, tuve la suerte de ver a un cervatillo que atravesó la vía en cinco saltos.
Inauguro, pues, una nueva sección dedicada a estas slow roads, llenas de curvas y de baches donde se circula en tercera y con el pie más pendiente del freno que del acelerador.
La Guarguera:
Una vez pasado el puerto de Monrepós y antes de llegar a Sabiñánigo, aparece a la derecha un cartel que indica Boltaña (por Laguarta), hay que ir despacio para no saltárselo porque no se anuncia con antelación ni hay rotonda para cogerlo.
En sentido inverso, sí hay una incorporación a la derecha para tomar el desvío.
Inauguro, pues, una nueva sección dedicada a estas slow roads, llenas de curvas y de baches donde se circula en tercera y con el pie más pendiente del freno que del acelerador.
La Guarguera:
Una vez pasado el puerto de Monrepós y antes de llegar a Sabiñánigo, aparece a la derecha un cartel que indica Boltaña (por Laguarta), hay que ir despacio para no saltárselo porque no se anuncia con antelación ni hay rotonda para cogerlo.
En sentido inverso, sí hay una incorporación a la derecha para tomar el desvío.
La Guarguera, que debe su nombre al río Guarga, es una carretera salvaje, llena de sorpresas a cada curva, que va ganando altitud poco a poco hasta divisar, en un momento dado, la extraordinaria cordillera pirenaica. Hay cascadas de agua, pinos espesos y una fauna variopinta, sobre todo, en lo relativo a aves.
Si se quiere ir haciendo paradas, recomiendo visitar las tumbas antropomórficas de Gésera y el pueblo okupa de Artosilla (de acceso por pista forestal).
La vistas son más impresionantes si se conduce desde Sabiñánigo hacia Boltaña, pero si se hace en el sentido inverso y se va parando, también es estupenda.
Muchos la han transitado por error porque los GPS la señalaban como camino más corto para ir a Aínsa desde Huesca o desde más al sur. Ciertamente, en kilómetros sí lo es, pero en duración conlleva invertir casi el doble de tiempo que yendo por otras alternativas. Hay puerto de montaña y suele haber boira (niebla) en invierno.
En definitiva, toda una aventura para conductores solitarios, amantes de lo recóndito y para aquellos que no tienen prisa por llegar a su destino. ¡Que la disfrutéis!